Choque en la carretera federal
Casi va a cumplir un año y
todavía la boca le sabe a centavo, además, desde esa fecha le llegó la
diabetes.
Todo lo que le pasó ese día,
mi cuate lo cuenta como si hubiera sido ayer. Dice que iba manejando por la
carretera Internacional, como lo acostumbra hacer cada semana, pues ese día era
especial: era el cumpleaños de su esposa y quería comprarle un pastel de
chocolate. Así que la sonrisa iba en sus labios y hasta iba ensayando las
mañanitas para cantárselas a su amada.
La cosa es que a mitad del
camino que se topa con un congestionamiento automovilístico. Más adelante se
dio cuenta que estaban tapando los baches que habían provocado las últimas
lluvias. La marcha era lenta, y la espera también. De vez en cuando avanzaban a
vuelta de rueda. Me aseguró que eso no se le hizo pesado, pues se distrajo
ensayando de las mañanitas.
Todo iba bien hasta que llegó
a la esquina para girar a su izquierda. Allí estaba un señor con trapo rojo en
la mano quien les hacía señas para continuar. Pero como nunca faltan los
impertinentes, un trailer que lo rebasa por el mismo lado.
Mi cuate le tocó el claxon,
pero nada, se siguió de frente y, conforme avanzaba, le rayaba todo lo largo de
su carro. Se llevó la moldura y le desprendió el espejo lateral, claro.
El manejador del camionsote,
desde su alta caseta de conducción, fingió no ver a mi cuate, mientras éste le
pedía que descendiera de su trono para que viera el daño que había causado.
En su desesperación para
evitar que se largara, se puso adelante del vehículo y el camionero le echo el
armatoste encima. Mi cuate, ni tardo ni perezoso sino agilísimo, dio un salto
tan espectacular para quitarse del paso del trailer que los demás conductores
descendieron de sus automotores para ver la función, y de otro salto más, que
se trepa al estribo, y ya arriba le reclamó furibundo al tipejo inconmovible
para que bajara de su potente vehículo, pero qué creen, ni maíz, ni volteó a
verlo siquiera.
Entonces, uno de los
motociclistas se acercó para ver qué era lo que pasaba, y mi cuate respiró
tranquilo y vio en el uniformado su salvación; pero qué creen otra vez, que no
intervino para ayudarlo en su desventura, pues lo acusó de ser el causante de
su propia desgracia.
Dice mi cuate, que ese señor
con rostro arrogante, botas recias y casco frío, se daba mucho empaque y no lo
bajaba de impertinente. Pero enseguida llegó otro oficial y con voz suave le
dijo que se calmara. Al chofer del monstruo aquel le indicó que se estacionara
unos metros adelante, pero el del trailer ni lo peló tampoco porque siguió
adelante,
Así que mi cuate se quedó tragando
bilis, y desde entonces se quedó azucarado.
El oficial atento le dijo a mi
cuate que si quería arreglar su caso tenía que perder unas dos o tres horas
para acudir a las oficinas de tránsito. Mi cuate, bastante enojado, le dijo
que no tenía caso ir porque iba a suceder lo mismo que le había dicho el
motociclista, quien como todo un perito había dictado su fallo en su contra.
Lo que hizo mi cuate, fue
regresar a su casa sin su pastel, sin sus mañanitas para su esposa, y sin su
sonrisa, pero con un chipote hacia adentro de su vehículo.
Después de un año, mi cuate
supo que los motociclistas nada tenían que hacer sobre la carretera federal.
Twitter: @horaciocorro
Facebook: Horacio Corro
horaciocorro@yahoo.com.mx
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