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sábado, 27 de marzo de 2010

Bautizo a calles de la ciudad
En muchos lugares de Oaxaca, todavía se acostumbra ponerle al crío el nombre del santo correspondiente al día del nacimiento; así es como padece mucha gente apelativos como Sinforoso, Cituberto, y etc.
Es vigente todavía la de cargar al niño con el nombre del padre o, peor, el que se le ocurra al padrino. Conozco a un señor que cuando nació su hijo, dijo que le pondría un nombre que no hubiera ningún otro parecido en el mundo. Después de meses y meses de buscarlo, más bien componerlo, le puso Ener, dizque porque había nacido en enero. Otro señor dijo, cuando nació su hijo, también, que le pondría un nombre que hiciera rima con el nombre del mandatario estatal. Y lo mismo, después de llenar hojas y hojas de papel para descubrir el nombre para su hijo le puso Heladio Solidario.
Algo así es el de bautizar calles, callejones y plazas de la ciudad con el nombre que se le antoje a una autoridad cualquiera, que generalmente éstas, utilizan el de un prócer que se multiplica y atiborra en todas las ciudades, dándose también el caso, nada raro, de que el prócer homenajeado resulte un perfecto desconocido hasta para las mismas autoridades.
¿Por qué no dejar que las tradiciones perduren? Ninguna ley obliga a imponer en tales o cuales sitios nombres que llenan la vanidad de los mandatarios en turno, que al final de todo, los nombres que aparecen en determinado sitio son completamente ajenos, o simplemente efímeros por razón de su propia naturaleza quebradiza.
En la mixteca, por ejemplo, son pocos los pueblos que conservan sus nombres indígenas, aunque desde luego llevan el antepuesto nombre de algún santo o virgen, como por ejemplo Santa María Xochixtlapilco, Magdalena Tetaltepec, Santiago Juxtlahuaca, y aunque muchos huajuapeños no lo quieran creer, San Juan Bautista Huajuapan de León.
Y qué me dicen de las calles ¡Ah jijos! ahí están todos los chipocludos circunstanciales que se sienten con todo el derecho de meter su cucharota con sus ocurrencias o preferencias particulares. Y por eso, yo creo que en todas partes, se han perdido nombres con sabrosa leyenda, con verdadera identidad al lugar.
Para ponerle apelativo a las calles, tal vez se deba de preguntar, de consultar a la ciudadanía qué nombre se le quiere poner, o más bien, realizar una encuesta democrática y necesaria o como se pregunta en el juego infantil de hace muchos ayeres, el matariliriliron, ¿qué nombre le pondremos?
Así, todos quedarían contentos al estamparle a determinado lugar el nombre que todos quisieron. Todo mundo se sentirá más identificado con lo que les rodea. Todos sabrían los motivos por qué determinada calle lleva tal nombre.
Los nombres de calles, plazas y otros lugares, deben ser de ciudadanos de pro, vivos o muertos, con tal de que sus merecimientos sean claros y no fácilmente deleznables; es decir, que no se deshagan al primer embate de discusión o duda.
Ojalá que para conseguir nombre a las calles, insisto, que éstos representen algo más hondo y permanente, algo afable, conmovedor y bello, y no el nombre de un político de moda que ni merecimiento tiene. Pero vamos a ver cuántas calles, cuántas escuelas, cuantas unidades de taxis le pondrán o le cambiarán al nombre del político de moda. Creo que por estas fechas sobran barberos.