Amar y aguantar
Ella tiene 25 años, siete de casada. Dos hijos, uno de 5 años y otro de
4. Ella vivía bien, tenía coche, viajes, buena ropa, casa propia, tarjetas de
crédito, pero le faltaba algo, poseer orgullo. Era algo que había perdido a los
pocos meses de casada.
Un día conoció a él y al poco tiempo se casó a pesar de la negativa de
sus padres. Ella dijo que valía más el amor que las lágrimas falsas de la
familia.
El, de esos meros machos, machos oaxaqueños, se dedicaba a la fabricación
de ropa. Ella, al conocerlo, al ver que tenía una posición más o menos
desahogada, lo endiosó, lo idealizó y lo comenzó a admirar por su audacia en
los negocios porque, decía, era un hombre culto.
Los primeros días de matrimonio fueron de felicidad, pero poco a poco él
fue sacando lo más negro de su ser. Todo comenzó por los celos. Le controlaba
hasta la mirada. En los restaurantes prefería sentarse de cara a la pared, para
no voltear a ver a nadie, pues inmediatamente le empezaba a agredir: "Qué,
¿te gustó ese tipo? ¡pues vete con el! ¿qué esperas?, le decía.
Con la increíble actitud de él, ella se fue quedando sola, sin amigas,
sin familia, y aislada de la sociedad.
Todo el día la controlaba por teléfono, o llegaba a media mañana para ver
con quién estaba o qué estaba haciendo. Sus celos llegaron a tal extremo, que
cuando dio a luz, él se presentó hasta el otro día y la bajó de la cama a
patadas porque, según, ella se había acostado con el doctor.
De los malos tratos siempre estuvieron enterados sus padres y sus
suegros, pero nunca hicieron nada.
Un día, ella le dio una mala contestación, eso bastó para que él la
golpeara hasta reventarle la nariz. Ella se enconchó para proteger su estómago
y no le hiciera daño al bebé. Cuando calmó su furia le dijo: "Ya ves lo
que provocas. Tu eres la culpable, tú hiciste que te pegara". Luego la
abrazó y la besó y la indemnizó con un viaje a Puebla para olvidar todo lo
sucedido.
Después del nacimiento de su segundo hijo, ella hizo todo lo posible para
que las cosas cambiaran: Trató de no hacerlo enojar, pero todo fue inútil, con
nada estaba contento. Después de
las agresiones físicas siguieron las psicológicas. A cada rato le decía: “es
que tú no te quieres dar cuenta que estás loca; de veras, estás loca. Si yo te
he aguantado es porque te quiero, pero reconócelo, estás loca”.
Ella
comenzó a sentirse loca, y por toda esa carga emocional, ya le daba vergüenza
mirar a sus hijos.
Llegó
a tal grado la situación que ella ya no sabía qué le gustaba, sino lo que le
gustaba a él: qué le gusta comer, vestir, hacer, ver. Ella perdió todo su valor
porque siempre él le criticó su forma de vestir, de caminar, de hablar, etc.
Así es como ella fue perdiendo su personalidad y voluntad.
Todo
lo que le sucedía no podía contárselo a nadie, no podía desahogarse con nadie
por eso arremetía contra los hijos. Con ellos aliviaba la rabia que sentía por
dentro.
Pero
un día reaccionó y dejó todo, hasta los hijos. Afortunadamente alguien la
ayudó. Ahora piensa salir adelante, recuperar lo que por ley le pertenece,
tener un lugar seguro dónde ir, y volver a tener a lo más importante para ella:
sus hijos, a los que tanto agredió. "Porque tú no sabes, dijo esta mujer,
lo que es aguantar todos esos malos tratos y malos ratos, y soportar la
humillación de los golpes.
Twitter:
@horaciocorro
Facebook:
Horacio Corro
horaciocorro@yahoo.com.mx
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por participar