El cartero, mensajero de alegrías y tristezas
¿Alguien ha visto un pescado con
una estampilla de correo encima? Pues aunque no lo crean, los Mayas y los Aztecas
habían inventado un sistema de estafetas desde antes de la llegada de Cortés.
Se recordará que el emperador
Moctezuma, recibía todos los días pescado fresco
desde el Golfo de México hasta la gran Tenochtitlan.
El correo de ese entonces
funcionaba con mucha sencillez, tanto, que no llevaba estampilla alguna, ni
mucho menos matasellos.
Casi al mismo tiempo, los chinos tenían
un sistema de correo pero con palomas. A éstas les ataban a la pata un mensaje que
lo llevaba a su destino.
Los indígenas que acarreaban
recados y cartas de un lugar a otro, nunca vieron la necesidad de crear una
estampilla, además, cómo adherir la estampilla a las escamas del pescado.
Muchos años después apareció el
cartero. A éste se le distinguía porque llevaba un maletín colgado a su hombro,
un silbato en los labios y unas botas de suela gruesa.
No sé por qué al cartero siempre
se le representa en los cuentos, en las novelas, en las películas, como un
hombre de bigote, cabello blanco que se le asoma bajo la gorra, pantalón bombacho
y de caminar cansado, algo así como Jaimito el cartero del Chavo del 8.
Cartas, cartas, cartas de todos
los tamaños es lo que llevaban esos hombres en sus valijas. Hoy los vemos con
sus maletas desinfladas porque ya no hay gente que escriba, y mucho menos a
mano.
¡Qué lástima!, porque al ya no escribir
con pluma, también se acabó el romance. Antes, la gente esperaba con más
ansiedad al cartero que a la carta. Ya con el sobre en la mano, el ansioso
destinatario lo rasgaba con mucho cuidado para no estropear la funda. Antes de
leer las líneas, olía el papel para encontrar el perfume de la amada o del
amado. Luego, observaba la letra y la presión que el remitente había ejercido
sobre el papel, para descubrir la emoción con la que había escrito.
La carta era todo un ritual y una agitación
recibirla. Quién veía toda esa algarabía era el cartero, más no el remitente.
Durante muchos años el señor de la
bicicleta y el silbato fue el intermediario, el cupido entre muchos corazones.
Aunque no lo crean, todavía hay
personas que aún conservan esa romántica costumbre de escribir cartas en papel.
Esa práctica que no ha podido matar el correo electrónico ni el Whatsapp ni el
Facebook ni el Twitter.
Seguramente los chavos de hoy
nunca han sentido la emoción de recibir un sobre, si acaso, reciben cartas de
estados de cuenta, recibos telefónicos, o paquetería certificada de Mercado Libre.
Ayer 12 de noviembre fue El Día
del cartero, y por tal motivo mucha gente acostumbra gratificar a este
trabajador al conmemorar su día, pues de tanto ir a sus domicilios, ese hombre
se ganó la confianza de los moradores.
Con el tiempo, se les comenzó a
ver cómo de la familia, incluso, muchos de estos empleados postales llegaron a
conocer a las segundas generaciones de las familias.
Al cartero se le veía y se le
sigue viendo como una persona confiable, que trae noticias alegres, tristes,
esperadas o inesperadas; cuya misión es llevar los mensajes de forma segura y
rápida. De ahí encarna al medio de comunicación denominado correo.
Ojalá que los maestros de escuela
se interesaran en involucrar a sus alumnos con el correo convencional. La tarea
sería escribirle cartas a sus propios compañeros de escuela como parte de la
tarea escolar para que no se pierda esa bella costumbre.
A todos los carteros, trabajadores
del servicio postal mexicano: ¡Felicidades!
Twitter: @horaciocorro
Facebook: Horacio Corro
horaciocorro@yahoo.com.mx
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