Accidente en el “Espinazo del diablo”
Fue hace muchos años. No recuerdo exactamente
la fecha, pero tendría yo entre 15 y 18 años de edad. Varios amigos vivíamos en
el fondo del callejón de la calle Nooyo. Esto en Huajuapan de León.
Uno de mis amigos y yo acostumbrábamos viajar
cada fin de semana a Tlacotepec, Nieves. Allí vivían los papás de mi amigo
Ramiro.
En uno de esos fines de semana del mes de
octubre o noviembre, decidí cambiar esa costumbre para irme a la Ciudad de
México. Antes de subirme al autobús mi amigo me hizo muchas recomendaciones. Él
salió al día siguiente a su tierra, a las 5 de la mañana en un autobús que
pasaba procedente de la ciudad de México.
El camión iba repleto de pasajeros, aun así, en
Huajuapan subieron muchas personas. El destino final era Juxtlahuaca.
En ese mismo autobús viajaban mis abuelos
maternos, un hermano de mi mamá, y otros familiares.
Como a las 7 de la mañana de ese mismo día,
yo abrí los ojos en la ciudad de México porque claramente escuché una voz que
me despertaba. Esa voz golpeó mi corazón y mi respiración se hizo agitada.
Coincidentemente a esa misma hora se
desbarrancaba el autobús donde viajaba mi familia y mi amigo en aquella curva peligrosa
llamada “El espinazo del diablo”.
Después de escuchar esa voz, los días siguientes
los sentí pesados y tristes. Entonces no había la comunicación que hoy tenemos.
Nadie sabía que me había ido a la ciudad de México.
Tres días después regresé a Huajuapan. Cuando
entré a la vecindad, encontré el cuarto exactamente como lo había yo dejado. Los
niños que vivían en otros cuartos, comenzaron a meterse al mío para asegurarse
que yo había llegado. Era tanta la insistencia de los niños por verme, que mejor
cerré la puerta.
Minutos más tarde llegaron al cuarto dos de
mis primos a decirme lo que había pasado en la carretera. Desde ese momento
perdí la noción de las cosas. Volví a la realidad al día siguiente cuando
comenzamos a subir la carretera para pasar por aquella curva peligrosa de la
montaña.
Recuerdo que desde abajo, donde comienza la
subida a la punta del cerro, se veía una montaña de muchos colores. Era la ropa
desgarrada de la gente que había caído en ese lugar.
En ese accidente murieron más de 50 personas.
Los únicos que se salvaron, fue mi tío, un bebé, y un perro recién nacido.
Después supe que a mí también me habían
enterrado. Dentro de los muertos me encontraron con la cara desfigurada, pero me
reconocieron por la ropa y por el pelo.
Mi mamá siempre dijo que yo no era. El resto
de mis familiares aseguraban que mi mamá no me quería reconocer después de la
pérdida de sus papás y de otros familiares. Todos creían que ella estaba
afectada por tanto dolor.
Siempre he creído que los muertos nunca
regresan. Esto de la celebración del Día de muertos, es, simplemente, para que
los vivos tengan una un alfiler donde sigan sosteniendo a sus familiares, de
otra manera los borrarían de su mente.
Así yo. Hoy quise platicarles esta historia
que ni a mi esposa ni a mis hijos se las había contado. Quise recordar a mi
amigo Ramiro, a mis abuelos maternos, a mis demás familiares y a todos aquellos
que perdieron la vida en ese horrible accidente.
Twitter: @horaciocorro
Facebook: Horacio Corro
horaciocorro@yahoo.com.mx
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por participar