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lunes, 14 de diciembre de 2020

El Covid-19 apesta

Les quiero platicar mi experiencia en cuanto a las enfermedades que tuve a mediados del mes pasado y a principios de este. 

En el mes de noviembre me llegó el dengue. Sin necesidad de hacerme estudio alguno, yo sabía que tenía dengue, pues lo he tenido en cuatro ocasiones a lo largo de mi vida.

Pocos días después, me llegó una gripa terrible, afortunadamente la superé en dos o tres días. Llegué a pensar que había quedado tan sano, pero tan sano, que mi olfato se había agudizado más que de costumbre. ¡Vaya tontería! Nunca imaginé que esa agudeza olfativa era la puerta de entrada al COVID 19.

Siempre he presumido de tener un olfato bastante agudo, casi de perro. En esta ocasión comencé a detectar los olores como nunca me había sucedido. Podía oler los olores del otro lado de la banqueta. Es más, tenía yo la capacidad de oler a la gente a una distancia de 5 o 6 metros.

Dentro de esos días que estuve así, con esa sensibilidad, salí a la calle a comprar papel, y en el camino comencé a darme cuenta que unas personas olían igual que otras.  Me comencé a preguntar por qué ciertas personas olían como a huevo quemado y a fierro quemado al mismo tiempo.

Después me di cuenta que la gente que olía así, también olían otras cosas como vasos, tazas, platos y otros utensilios de cocina.

También me di cuenta que mi piel, mi ropa, el ambiente mismo olía a eso: a huevo quemado y fierro recién cortado. Al día siguiente sucedió algo que me espantó: no podía oler nada, absolutamente nada. Había perdido el olfato por completo, y el gusto también. Todo me comenzó a saber a cartón. Nada tenía sabor, y todo me daba asco. Todo era nauseabundo, espantoso.

Al darme cuenta que había yo perdido el gusto y el olfato caí en una depresión terrible. No sabía qué hacer.

Para proteger a mi familia del posible virus, como soy el único que sabe inyectar, les apliqué algunas ampolletas, pero al destapar el alcohol, mi nariz nunca pudo detectarlo. La peor locura que hice, fue aspirar fuertemente el alcohol, otro poco y pierdo el sentido. Perder el olfato y el gusto es como perder la esencia de quién eres.

Cuando pierdes el olfato por un resfrío o una gripe, no es tan preocupante porque aun con esos molestos mocos sigues distinguiendo algunas cosas, pero con el COVID es otra historia. Prácticamente dejas de existir para un mundo exterior.

Ahora puedo asegurar que el COVID 19 tiene olor. La gente que lo carga huele a eso: a huevo quemado y fierro recién cortado. Mucha gente no sabe que lo lleva encima pero a su paso deja ese olor característico del virus.

Algunos han de decir que estoy loco, que el coronavirus no se puede detectar ni oler. Pero aquí me hacía yo muchas preguntas: si el virus se puede oler, se puede manifestar, ¿por qué la ciencia no ha hecho nada para detener a los portadores? ¿Por qué no se ha hecho nada parecido como el alcoholímetro? ¿Será necesario que a algún científico le dé COVID para que pueda darse cuenta de que el virus es detectable por su olor? Esto y otras cosas me preguntaba yo una y otra vez.

Después de investigar al respecto, encontré que en Finlandia, desde hace como dos meses, comenzaron a entrenar perros para identificar mediante el olfato el COVID 19. A estos perros entrenados los pusieron en un aeropuerto para olfatear a las personas que ingresan a ese país. Los investigadores se dieron cuenta que los perros pueden detectar el virus en humanos cinco días antes de que se les desarrolle los síntomas.

Cuando leí esto dije: la verdad, no estoy tan loco. El virus huele y puedo detectarlo en mucha gente portadora. Aunque no me lo crean.

 

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